Can we achieve an economy centered on people and on the planet with the current paradigm of production and consumption? (article in Spanish)

Columnista: Roberto Di Meglio

 

En el punto 28 del documento de la Resolución ONU “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible” aprobada por los 193 países miembros a Asamblea General del 25 de septiembre de 2015 se afirma:

Nos comprometemos a efectuar cambios fundamentales en la manera en que nuestras sociedades producen y consumen bienes y servicios.

Para que esta visión de la Agenda 2030 se transforme en una realidad es preciso cambiar las estructuras que generan desigualdad y exclusión.

Lamentablemente la crisis generada por el COVID-19 ha empeorado aún más la situación en lo referente a desigualdad y exclusión. El caso del acceso a la vacuna es paradigmático y no vemos concretas medidas que vayan en la dirección auspiciada por la Agenda 2030. Al contrario.

El Financial Times nos dice que en 2020 y 2021 ha habido un crecimiento en las inversiones en la automación mucho mayor a lo esperado. Esto quiere decir menos puestos de trabajo. También la llamada transición ecológica va a significar una pérdida de empleos en todas las industrias relacionadas con las fuentes energéticas no renovables.

La transición ecológica es algo positivo, sin duda, así como lo es el avance tecnológico que puede ser utilizado para reemplazar el ser humano en muchos trabajos desgastantes y repetitivos. Sin embargo, se requiere gobernar estos procesos y poner en marchas políticas que apunten en promover inclusión y sostenibilidad cuidando de los impactos en el mundo del trabajo. Por ejemplo, poniendo condiciones en los flujos de recursos públicos, especialmente ahora, para salir de la crisis generada por el COVID-19. Condicionalidades que privilegien inversiones hacia actividades económicas que tengan en cuenta los bienes comunes, la creación de trabajo decente, los derechos de los trabajadores y el ambiente.

Hay dos caras del paradigma actual. En lo que se refiere a la producción es prioritario crear entornos favorables para esas empresas que cumplen tareas de las cuales hay enorme necesidad. Me refiero a perseguir, con el objetivo económico, finalidades sociales, promoviendo la participación, la inclusión y formas democráticas de gobernanza y solidaridad. Del lado del consumo, hay que poner en marcha programas educativos y promover campañas publicitarias que informen correctamente, poniendo reparos para aquellas que difunden información falsa o manipuladora.

Solidaridad no es caridad: no se trata de un ámbito de asistencialismo disfrazado. Las empresas de la Economía Social y Solidaria han de ser empresas en el sentido clásico del término, producir bienes y servicios con continuidad, emplear los factores de producción (capital y trabajo), sin embargo, al mismo tiempo han de tener un objetivo social explicito, así como un sistema de gobernanza que prevea formas participativas de los stakeholders. También han de caracterizarse por la prohibición o limitación en la distribución de los beneficios, la mayor parte de los cuales han de ser reinvertidos en la propia empresa.

Solidaridad es bienestar. Como nos recuerda el escritor Italo Calvino, en su libro “El barón rampante” las asociaciones hacen el hombre más fuerte y producen alegría. Mucha de la filosofía del “buen vivir” se remonta a la necesidad de poner el hombre al centro de la acción política. Hay que productivos y competir en los mercados sin duda, pero esto no representa un fin en sí mismo, de lo contrario vamos a seguir persiguiendo un mundo de profunda injusticia social. Suficiente mirar los datos sobre cuantos en el mundo carecen de protección social (4.000 millones de personas) o cuantos trabajadores operan en la economía informal (el 60%) [1] para darse cuenta de la necesidad de intervenir para revertir todo esto.

Solidaridad significa ayuda mutua. Esta crisis COVID-19 nos ha enseñado la importancia de las relaciones, del intercambio, del trabajo y del tiempo libre en común. Es como escribe Laurent Joffrin en Liberation una necesidad colectiva, que señala como el fin de la utopía individualista. Utopía que se remonta a los años ochenta y a la famosa afirmación de la premier británica “la sociedad no existe”.

De lo contrario, si dejamos seguir creciendo los problemas, empeorados por la pandemia, el riesgo de una fuerte inestabilidad social existe y puede poner a riesgo los modelos democráticos de sociedad y una coexistencia aceptable entre seres humanos.

Promover la cohesión social, mediante un nuevo paradigma que conjugue bienestar y crecimiento, desarrollo y sostenibilidad, colectivo e individuo es además de posible, urgente y necesario. Manos a la obra.

 

[1] Aproximadamente 2 000 millones de trabajadores – el 60,1 por ciento de la fuerza de trabajo mundial – eran trabajadores informales en 2019. OIT

 

 

Roberto Di Meglio

Especialista Senior en Desarrollo Local y Economía Social y Solidaria (ESS), OIT Ginebra